sábado, 7 de mayo de 2011

También se ama a los amigos

Sí, también se ama a los amigos. Decir “se los ama”, quizás no sea la expresión que explique por qué enfatizo el “también”. Quiero decir que uno también se enamora de sus amigos. Se fascina con ellos, los idealiza, los recubre de un halo especial, porque el enamoramiento nos los hace ver únicos, distintos, destacados de entre una muchedumbre de gente demasiado común, demasiado alienada, demasiado extraña, demasiado “otra”. En cambio, el amigo es tan “uno”, tan íntimo, tan parte de lo que somos. Con Merleau Ponty diría que mis amigos son una extensión de mi cuerpo, de mi mente: siento con ellos y en ellos, pienso con ellos y en ellos. En esos maravillosos momentos de íntima comunidad, nos adelantamos a lo que va a decir el otro como si fuéramos a decirlo juntos. O mejor, sabemos – en el cuerpo, no en el concepto - qué piensan, qué sienten, antes de toda expresión verbal.
Comparto con mis amigos un lenguaje, un código, un mundo de símbolos y de significados. Comparto la mayor parte de mis creencias y posiciones… y lo que no comparto, comparto no compartirlo. Podemos discutir horas y horas, hasta la muerte de la noche, el trago y el cigarro… apasionadamente, hasta las puteadas, hasta el extremarse de la posición de cada uno, más por el placer de compartir hasta el más irreconciliable de los debates que por cualquier deseo de terminar teniendo la razón. Y mientras la filosofía, el psicoanálisis, la crítica artística, la política, la autobiografía, la sociología cotidiana y la antropología propia y ajena sobrevuelan la profundidad del diálogo que nos une, el humor es la constante… se dirá lo que sea, se hablará de lo que sea, pero la posibilidad misma de esa comunicación está cifrada en el poder reírnos de todo, de todos, y de cada uno. Hay una unión metafísica increíble en ese momento en que el corazón, la mente y las entrañas se ponen en la mesa de un café o una comida compartida, donde todo lo que soy, todo lo que somos, se expone sin reservas… pero más que el contenido existencial de lo que se expresa, es la risa absoluta el fundamento de toda esa escena, es su condición misma de posibilidad y de existencia. Es mi amigo aquél con quien me río de todo… con quien no hay límite para la burla, para la falta de respeto, para la ironía, para la violencia de la desacralización. Esa risa que es catarsis, esa risa que hace de lo peor, lo más doloroso, lo más difícil de afirmar, algo decible, algo tolerable porque puedo reírme luego de llorar… porque puedo llorar por lo que me duele con la misma naturalidad con la que paso a llorar de la risa por la constatación, en medio de la situación vital de la amistad más auténtica, que finalmente todo es absurdo, todo es comedia.
Es mi amigo quien no se escandaliza de mí, sino que me celebra. Celebra mis exabruptos, celebra mi hablar burdo como me celebra el hablar elevado. Celebra mi afán de cruzar toda barrera de lo ridículo, celebra mi pasión por testear todo límite de lo decible, de lo aceptable, de lo adecuado, de lo educado. Mi amigo es quien se suma a mis picardías o las elucubra conmigo. Mi amigo es el que entiende cuándo empecé a actuar y sabe el guión sin que esté escrito. Mi amigo canta conmigo a los gritos, por la calle, a las dos de la mañana. Mi amigo habla conmigo en voz alta en el colectivo sin medir quién escucha las barbaridades que decimos… y si lo medimos, es para reírnos aún más, para actuar aún más, para ser cómplices en el poner incómodo al público. Mi amigo es quien disfruta como yo que todos los demás son público de nuestras actuaciones. Y más lo disfruta, si son un público cautivo, involuntario, ofendido por la libertad “con la que esos dos hacen esas cosas por la calle”.
Con mi amigo me excedo felizmente… cruzo el límite, alcanzo estados mentales y físicos deplorables y termino tirada en algún lado riéndome de eso. Comparto el exceso, el disfrute del exceso, el disfrute del disfrute.
A mi amigo lo mueve el mismo erotismo vital que mueve cada uno de mis actos. Una libido desmedida que todo lo consume o lo quiere consumir: sea un libro, sea un baile, sea una obra de arte, sea otra mente, sea otro cuerpo… Con mi amigo comparto la exaltación del erotismo. El deseo del deseo. La centralidad del deseo, del Eros, en todo y cada cosa que hago.
Degustamos las anécdotas del otro… somos el lector más ávido del relato en construcción continua y deconstrucción permanente de la vida del otro. Nos sentimos al borde de la butaca en cada peripecia inesperada que atraviesa al otro. Nos conmovemos con la historia, su historia, tanto cuando es el actor más empoderado como cuando es la víctima más pasiva. Somos lectores críticos, lectores involucrados, lectores enamorados del texto y la textura de la historicidad del otro.
Somos nuestros mutuos analistas… fingimos, nos esforzamos al extremo por posicionarnos en alguna objetividad falsa, con tal de dar al otro alguna palabra útil, reconfortante, auxiliadora, iluminadora, potenciadora. Escuchamos las palabras como analistas del discurso. Buscamos la contradicción, el supuesto no asumido, el error conceptual, con tal de dar al otro algo de las habilidades de nuestra mente para ver si podemos en algo colaborar con que se entienda a sí mismo, se acepte, se critique, se reconstruya, se termine de pensar como el proyecto de existencia preciosa que sabemos que es.
Y pedimos lo mismo, necesitamos lo mismo, morimos de deseo por esa divina simetría que nos une al otro. La simetría del don, no del intercambio. La simetría del no tener que ni siquiera pedir simetría, del no tener siquiera que problematizarla. Esa cooriginariedad del ser-amigo-con el otro. Tan poco otro ya, tan parte de mí, tan carne de mi carne, que me duele lo que le duele, me alegra lo que le alegra, me ilusiona lo que le ilusiona, me decepciona lo que lo decepciona.
Mi amigo, que para mí tiene tanta sexualidad como carece de sexo. Porque no siento la rivalidad homosexual ni heterosexual sea de mi género o de otro. Porque si es mi amig@, la categoría misma de género está en cuestión. Cuestionada como mandato, asumida como facticidad, empuñada como lo primero a criticar. Y sin embargo hay un deseo, una libido hacia el cuerpo de mi amig@... Porque lo quiero tocar, lo quiero besar, lo quiero abrazar, lo quiero acariciar… necesito ese contacto, necesito sentirlo. Una libido que acompaña mi enamoramiento… un energía de vida por la que todo eso que siento por y con mi amigo, quiere salir desde adentro, a través de mis brazos, hasta la punta de mis dedos o hasta mis labios, para abrazarlo mucho y decirle cuánto lo quiero. Nunca alcanza un beso en la mejilla. Nunca alcanza la timidez insípida de los modos de saludo cordiales convencionalmente establecidos y repetidos. Nunca saludo a un amigo sin algún dejo de teatro, de escena, de demostración, de actuación, de expresión de “cuánto te quiero”, y “qué ganas tenía de verte”, y “cuánto tengo que contarte,” y “qué lind@ que estás”, y “ojalá este momento no se terminara”.
Sí, uno también ama a los amigos. También está enamorado de ellos. Con un enamoramiento que conoce también ilusión, éxtasis, decepción y reconciliación. Con un enamoramiento que enceguece a la vez que nos hace al otr@ más visible en su más profundo ser que para cualquier otro. Que me hace necesitarlo irrefrenablemente, que me hace necesitar decirle, tocarlo, tenerlo, saberlo conmigo aun cuando no está. Y sin embargo quizás sea en mi experiencia de la amistad donde encuentro un deseo de otro que me es fundamentalmente no angustiante. Un deseo calmo del otro. Un saber que es “mi” amig@ sin implicar ninguna necesidad de posesión. Ni temor de pérdida.
Eso es lo que me fascina de este enamoramiento que atraviesa mi experiencia de la amistad: que es tan parecido al otro, pero sin angustia, sin temor, sin ambigüedad, sin necesidad alguna de certezas o garantías. Que se siente como posibilidad sin fin, como historia eterna. Sin espacio para la incertidumbre, en un tiempo sin límite.
Otro enamoramiento. Otro amor. Y completamente irreemplazable.

4 comentarios:

  1. “La simetría del don, no del intercambio”, no puede sintetizarse de mejor manera.

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  2. Gracias, FP. Sos una de las experiencias de la amistad que inspira mi escritura. Gracias!!

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  3. Hermosas palabras, que se transforman en un texto que llena de sentido tú sentir y que me llena el espíritu con mí sentido de la amistad también, gracias por hacerme sentir parte de un pedazito de tú vida y por entregarme tú amor.
    Cristián.

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  4. Cris, hemos hablado ya vos y yo del ser amigos y estar enamorados del otro... este texto te habla directamente. Y yo solo te doy lo que vos me das a mí tb, libre y felizmente. Gracias por leerme siempre!!

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