sábado, 8 de enero de 2011

"El Capote"


"De una cárcel, los fantasmas pueden entrar y salir, pero los hombres no."


Comenzando la obra encarcelados, pero ya despidiendo gracia y comicidad en esa escena claustrofóbica, los actores búlgaros Nina Dimitrova y Vassil Vassilev-Zuek comienzan a actuar y narrar "El Capote" (http://www.santiagoamil.cl/es/?p=4161) Lo actúan porque es el nombre de su obra, pero a su vez narran, con una mínima cantidad de recursos pero una máxima experticia, expresividad e inteligencia, el relato de Gogol.

Es imposible para mí escribir sobre la obra sin sentirme tironeada entre atender a la función denotativa y la función metalingüística del análisis. En otras palabras, no puedo separar la descripción de la obra de la indagación sobre el código empleado en ella, de los recursos artísticos e imaginativos maravillosamente desplegados por los excelentes actores. No solo excelentes, sino agradabilísimos también: tuvimos la oportunidad de saludarlos, felicitarlos y charlar brevemente con ellos al final de la función, y se mostraron infinitamente amables y agradecidos, simpáticos y entusiasmados con nuestra devolución verborrágica, nuestro torpe intento de hacerles saber el disfrute absoluto de su arte.

Decía que me cuesta escribir sobre la obra sin hablar de los recursos mismos que la codificaron y permitieron comunicarla. Pero creo que no se trata de una dificultad, sino de un logro de la pieza. En "El Capote" se disfruta tanto las actuaciones, el relato, el giro optimista final agregado a la tragedia representada, como se disfruta la maestría absoluta con la que el texto es representado no solo por el cuerpo y las voces de los actores, sino también por una serie de estructuras móviles, telas, cintas adhesivas, etc., que se metamorfosean constantemente en capotes, cárceles, cuerpos, personajes, trampas, libros, lapiceras, etc., etc., etc.

Los cuerpos de Nina Dimitrova y Vassil Vassilev-Zuek se prestan, con una plasticidad y un autodominio envidiables, a representar dos temerosos y graciosos testigos de la tragedia del pobre e insignificante Akaki Akákievich y su capote. Le cuentan al público, devenido por la magia de los actores en "Señores del Jurado", la increíble historia del robo del capote, la muerte de Akaki Akákievich y su venganza como fantasma.

Las voces de Dimitrova y Vassilev-Zuek también se multiplican entre sus personajes originales, y el resto de pequeños personajes que crearan con sus voces y sus recursos. No puede dejar de mencionarse aquí que los actores búlgaros se aprendieron el texto en castellano, en un castellano clarísimo que eliminó el obstáculo idiomático para la representación.

Y luego los recursos: esto hay que verlo, no puede ser contado. Comenzando a actuar desde dentro de una estructura que simula una cárcel, agregando formas geométricas y móviles, que se reutilizan al infinito convirtiéndose en una y otra cosa para llenar el relato verbal de imágenes concretas, y hasta haciendo pasar un pedazo de goma espuma por rostro expresivo de Akaki Akákievich, toda la obra es un despliegue asombroso e hilarante de técnica, capacidad creativa... y todo movimiento creador cronometrado hasta el último segundo para transformar, transfigurar, los elementos diversos en cosas, personas, espacios.

Ahora bien, hasta aquí podría pensarse que todos estos recursos cumplen un rol ilustrativo, un rol de complementación del relato contado por los expertos clowns... pero creo que hay más para ver. Creo que la tensión denotativo-metalingüística presente en la experiencia del espectador es un objetivo de la obra, no un aspecto accesorio. Creo que hay una tensión entre la tragedia denotada - el relato de Gogol, la vida mísera y la muerte absurda de Akaki Akákievich y su venganza postmortem - y el optimismo expresado a través de la creatividad ad infinitum del código empleado, de los recursos artísticos con los que el relato es comunicado.

La obra comienza, como dije antes, con los actores encerrados en una cárcel. La escena de opresión y sumisión, sin embargo, por las mismas caras de sus intérpretes, no deja de ser cómica (y no solo trágica) para su público. En esa escena de encierro es que uno de los personajes se compara con el fantasma - aquel del que tienen que dar testimonio al jurado, sabiendo que no les van a creer. Y dice del fantasma que "puede entrar y salir cuando quiere de una prisión, porque es un fantasma." Pero reflexiona comparativamente que los hombres no pueden, no podemos. La inmaterialidad del fantasma lo hace libre, libre de entrar y salir cuando quiera, libre de toda cárcel.

Y al final de la obra - cuando toda la tragedia de Akaki Akákievich fue relatada, cuando todos los recursos expresivos fueron utilizados (para contarnos la historia al público real y para testificar frente al jurado imaginario), los personajes vuelven a la prisión. Vuelven a la prisión y a la reflexión sobre el adentro y el afuera. El encierro y la libertad. Y pensando en el adentro y el afuera, uno de los personajes sale de la cárcel. No puede creerlo. Solo lo intenta y lo logra. El segundo personaje queda estupefacto. Intenta torpemente salir, pero no puede. En un segundo y más determinado intento, lo logra. Y salen los dos de la cárcel. Como pudo el fantasma pueden ellos. Y gritan: "Somos libres". "Nosotros somos libres". La tragedia contada del Capote culmina en una comedia representada y un final romántico, un final al grito de "Nosotros somos libres".

¿Cómo entender esta aparente contradicción? ¿Cómo aunar el relato trágico de Gogol con el afán romántico-cómico del mensaje final de esta versión del Credo Theatre?

Les esbozo mi respuesta: la clave está en los recursos. La clave interpretativa de cómo salirse con la suya presentando una tragedia y dejándonos un final optimista, está en lo que los artistas hicieron con la "cárcel" original. Esa estructura que era al inicio de la obra una cárcel que los encerraba - y que les hacía envidiar del fantasma la inmaterialidad para escapar - se transforma a lo largo de toda la obra en un "recurso" para la creación y la liberación. En la mil y un maneras en que armaron, desarmaron, torcieron, acostaron, pararon, cruzaron esa estructura, en las mil y un manera en que con retazos de tela, cartón, cintas, crearon personajes y elementos, en la mil y un manera en que hicieron de esa cárcel el escenario en el que desplegar la narrativa, he allí la liberación. ¿Es que hay acaso una metáfora más clara del "liberarse" que aquella que transforma una prisión en posibilidad artística? ¿Y que transformándola, la supera, la elimina?

Esa cárcel en la que la obra empieza, porque es vista como "cárcel", hace imposible al hombre salir de ella. Pero luego, la materialidad de la cárcel, que contra la materialidad del cuerpo humano, logra atraparlo, esa misma materialidad se vuelve herramienta para la imaginación, se torna maleable casi como un líquido para hacer de ella lo que sea para contar una historia. Y si hay herramienta, hay creador. Si hay herramienta, hay usuario, hay artista. Y el artista hace con la materialidad lo que quiere. Solo necesita de su imaginación y de la complicidad de su público para hacer de esa cárcel, una infinidad de posibilidades. He allí la libertad conquistada a lo largo de la obra. Como los mismo artistas plantean, una libertad del espíritu humano que no puede ser encerrada, que no puede ser limitada ni "encapotada".

Es por eso que al final de la obra lo único que queda por hacer, lo que es una obviedad, es que esa estructura móvil que adquirió mil formas y contó una tragedia, puede ser empuñada, tomada e invertida. Puede ser otra cosa solo porque la mirada sobre ella así lo quiere. Y entonces los cómicos personajes encerrados al principio, tímidos y temerosos de que los "Señores del Jurado" los condenen, pueden gritar que son libres. Pueden darse cuenta de que entonces pueden ellos también, como el fantasma, salir de la cárcel. Y gritan que son libres, y se lo gritan al jurado, al público.


Es el grito del artista, de la libertad de hacer con la imaginación lo que se quiera. De transformar una nimiedad material en una inmaterial grandeza. Es la libertad creativa que el artista detenta y que hace su carne, su cuerpo, su devenir. Que el artista goza y que nos intenta comunicar.

Sobre el efecto real de esa libertad de la imaginación en quienes somos el público y jurado, vale la pena seguir pensando.

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